EL YO
PECADOR DEL ARTISTA
POEMAS EN PROSA
¡Cuán
penetrante es el final del día en otoño!
¡Ay!
¡Penetrante hasta el dolor!
Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas,
no por vagas menos intensas;
y no hay punta más acerada que la de lo infinito.
¡Delicia
grande la de ahogar la mirada
en lo inmenso del cielo y del mar!
¡Soledad,
silencio,
castidad incomparable de lo cerúleo!
Una
vela chica, temblorosa en el horizonte,
imitadora, en su pequeñez y aislamiento,
de mi existencia irremediable,
melodía monótona de la marejada,
todo eso que piensa por mí, o yo por ello
-ya que en la grandeza de la divagación el yo presto
se pierde-; piensa, digo,
pero musical y pintorescamente, sin argucias,
sin silogismos, sin deducciones.
Tales
pensamientos,
no obstante, ya salgan de mí,
ya surjan de las cosas,
presto cobran demasiada intensidad.
La
energía en el placer crea malestar
y sufrimiento positivo.
Mis nervios, harto tirantes,
no dan más que vibraciones chillonas, dolorosas.
Y
ahora la profundidad del cielo me consterna;
me exaspera su limpidez.
La
insensibilidad del mar,
lo inmutable del espectáculo me subleva…
¡Ay!
¿Es
fuerza eternamente sufrir,
o
huir de lo bello eternamente?
¡Naturaleza encantadora,
despiadada, rival siempre victoriosa,
déjame!
¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo!
El
estudio de la belleza es un duelo
en el que el artista
da gritos de terror antes de caer vencido.
CHARLES
BAUDELAIRE