Tierras que me oyeron
Andrés Eloy Blanco [1916 a 1920]
A Luis Felipe Blanco M.
Ven: Aquí mis manos te esperan unidas
para que recemos juntos la oración
por nuestras doradas visiones dormidas
bajo nuestro sueño de ensueño y canción.
Por la tierra madre, donde nuestra infancia
brotó en una armónica locura de amar,
donde nuestra uva colgó su fragancia
entre el río -vena de luz- y el mar.
Porque nos mostraron a Dios y en Él vimos
nuestras almas juntas y amamos en Él,
y porque en lejanas mañanas bebimos
en la misma copa, de la misma miel;
por las tardes rosas en el Catecismo;
por los labios secos bajo la oración;
por el ignorante llanto del Bautismo
y el llanto inefable de la Comunión;
Por aquella noche de la guerra: llenos
tus labios de injurias al nuevo revés;
la madre llorando por malos y buenos;
y yo desmayado de risa a sus pies
por aquellos juegos de risa y de llanto,
donde yo acataba sumiso tu ley,
porque era muy débil mi nombre de santo
y era hierro y fuego tu nombre de rey.
Por todo lo justo, por todo lo grave
que juntos quisimos imitar de Dios,
cuando en nuestras horas de cantos de ave
sentíamos una la fe de los dos.
Por aquel infierno de aquel Paraíso
de mujeres blancas que el Tiempo arrastró:
por la Deseada que nunca me quiso;
por la Poseída que siempre te amó;
Y por la Engañada, flor de sacrificio,
y por las ingenuas que traerá el dolor;
por la Presentida del Día del Juicio
y por la nodriza que nos dio calor
Porque un vivo impulso de anhelos divinos
eternice nuestra sed primaveral;
porque se nos vistan de paz los caminos;
porque Dios nos libre de pena y de mal
Ven. Bajo los rayos del sol infinito,
levanta tu diestra de acero hacia el sol;
abre el pecho al ansia sonora de un grito,
que el grito es el canto de todo español.
Y así, en el acero de tu mano, Hermano,
sentirás tu sangre bullir de emoción,
como si ensayaran un vuelo en tu mano
las alas abiertas de tu corazón.