A Margarita le entraron unas ganas desesperadas de saber contar.
Le enseñaban con garbanzos y ella se aplicaba:
Uno, dos, tres… veinte… treinta…
¿Y ahora qué sigue?
Y así un día y otro?
Cuarenta, cincuenta… y ya contaba de corrido hasta ciento. Estaba feliz.
Un día aparecieron nubes en el cielo. Ella se sentó junto a la ventana de su cuarto sin hablar. A todos les extrañó verla con la vista fija sobre los cristales.
Empezó a llover y ella soltó por el aire sus números, los que había aprendido, como si fuesen globos de colores.
Uno, dos, tres… Contaba apresuradamente con ansiedad. Apretaba la lluvia y ella casi se ahogaba porque el agua podía más que su ligereza.
Sesenta… setenta… noventa… cien…
Y soltó a llorar.
¿Qué te pasa?
Se me acabaron los números. Ya no puedo contar más.
¿Qué contabas?
Eso… eso… Yo quiero saber cuántas gotitas tiene la lluvia.
La lluvia
Sin Clasificar