PAISAJE DE LAS CORDILLERAS
César
Borja
Quito, 1852 – 1910
¡Qué
bello despertar! La luz triunfante
doquier hería a la rebelde sombra,
descubriendo calladas perspectivas
sobre la verde matizada alfombra.
Y
a su conjuro mágico surgía
de
entre los pliegues de la niebla reta,
sobre el fondo del claro firmamento,
la cordillera altísima v remota.
En
cavo lomo inaccesible v negro,
muralla eterna a la planicie inmensa,
cada cumbre de nieve parecía
frente
mebriada que en el cielo pi
Surgió radiante el sol. Entre las crestas
del Ande secular encanecido,
veíase
el disco brillador en fondo
de nácares fulgentes encendido.
Del lecho de los páramos obscuros
la mole negra del titán se erguía
v radiaba del hielo de sus cumbres
los resplandores mágicos del día.
EL
«BUCARO ROTO» DE SULLY PRUDHOMME
El
vaso diáfano y rico,
donde muere esa verbena,
lo hirió en su límpida vena
el golpe de un abanico.
La
herida, que era impalpable,
por sí en el cristal mordiendo,
fue en lo profundo creciendo,
hasta volverse incurable.
Filtra
el agua, gota a gota,
y a par que la flor perece,
la ánfora intacta parece…
no la toquéis, está rota!
Así una mano querida
da
en un corazón, de paso,
y éste lo mismo que el vaso,
lleva muy honda la herida.
Y
es ante el mundo un exvoto
de aquella mano traidora;
parece intacto, no llora,
no le toquéis, está roto!
PAN
EN LA SIESTA
Surca
el hondo remanso la píragua,
al pie del umbroso platanal esbelto,
cuyo follaje satinado y suelto
copia
en su seno tembloroso el agua.
Arden las playas, al fulgor de fragua
del Sol estivo; y, en la luz envuelto,
relumbra, en chorros, el raudal disuelto
sobre un áspero lomo de cangagua.
Como dormidos en la siesta ardiente,
yacen los campos; y, en el haz de grana
del llano, explende el implacable estío.
Y cruza, y riega en el cristal luciente
del Esmeraldas, su sombra gama
el mirlo negro, trovador del río.
DE
«FLORES TARDIAS»
¡Piedades!
(¿hay humanas piedades en el mundo? )
¿quiénes seréis vosotras? ¡ni entonces
lo sabré! …
Mi sueño será eterno; mi sueño, muy profundo
…
¿En qué piedad reposaré?
Piedades
… ¡Oh piedades! -vendréis a mis despojos:
es fuerza que al cadáver lo lleven a enterrar;
ni os tocarán mis manos, ni os mirarán mis ojos:
me llevaréis a descansar.
Mi
pechó será mármol, mi sangre será
nieve.
Y el plasma que fue vida de espíritu y razón
dulce panal de vermes, que en lo interior se mueve
y no lo siente el corazón.
¡Oh,
fúnebres piedades de póstumo consuelo!
cavad, cavad profunda la fosa, para mí;
cavadla en tierra dura, donde es más duro el suelo
como la vida que viví.
Ponedme
bien, al fondo; mi rostro hacia el abismo,
a que mis ojos palpen mi eterna oscuridad:
a que mis labios toquen en el silencio mismo
de la inmutable eternidad.
Echadme
tierra y tierra, pisándola a cubrirme:
que llenen bien la fosa compacta y a nivel,
yo quiero con la tierra sedienta confundirme
que chupe el jugo de mi piel.
Ni
lápida ni túmulo: quiero una piedra grande,
como la del sepulcro del Mártir de la Cruz:
un trozo de granito de los que rueda el Andc
al aire libre y a la luz.
No
quiero sombra de árbol ni de ciprés; -no quiero
que me vigile el cuervo, ni la serpiente vil,
ni el salmo de blasfemias del pájaro agorero,
ni la ironía del reptil.
Piedades
de este mundo, dejad que las deidades
de la intemperie libre, la noche, el viento, el sol,
sobre mi tumba canten sus bíblicas piedades
con el canoro ruíseñor.
¡Piedades
de este mundo!, debajo de la piedra
de cada fosa, hay germen eterno de piedad;
dejad al germen libre; que brote de él la hiedra,
con su sencilla caridad.
Dejad
que broten plantas de espinas y de abrojos;
Punzantes son, mas tienen su primavera en flor,
ciñéronse a mis sienes, ciñéronse
a mis ojos,
¡Ah! ya conozco ese dolor …
Dejad
que broten libres la grama y la maleza:
son plantas de espontáneo, silvestre florecer;
bella piedad que teje la gran naturaleza
sobre el misterio del no ser.
Debajo
de la loza lucha en la tierra el germen
profundo, rico en savias de aroma y de matiz:
libando los despojos que allá en el fondo duermen,
echa profunda su raíz.
Profunda
nace; crece, surge a la luz y trepa
y en torno de la piedra revienta a floración,
sangre de carne en flores a engalanar la cepa,
sangre quizás del corazón.
Y
pasan intemperies: la noche, el sol, el viento;
rocíos, o tormentas de lluvia torrencial,
y reflorece el broches sobre el mortal asiento,
un nuevo amor primaveral.
Y
pasa y pasa el tiempo que mata y que fecunda;
y en cada planta pone la primavera fiel,
para la abeja ardiente, la flor más pudibunda,
himen, aroma y dulce miel.
Y
es tálamo la piedra, cubierta de verdura,
lecho de amor, fragante, para el fecundo amor:
música de alas tenues en cada flor murmura,
y hay un deleite en cada flor.
Llega
la noche fresca, y es la verdura un nido
de amor, y el cuervo pasa: no hay carne a su avidez,-
la podre de la muerte se transformó en olvido,
y duerme en dulce placidez.
Nace
en el Orto el día, -sube al Zenit, se inflama:
céfiros, aves, flores, liras de linfa y luz,
dardos de sol de Apolo vibran en oro y llama
sobre los brazos de la cruz.
Sobre
la cruz, -leyenda de muerte, de martirio-
ponedme ese epitafio, poema y facistol,
que en él me canten salmos, el picaflor y el lirio,
la noche, el céfiro y el sol.
¡Oh
flores! ¡las queridas del alba y de la noche!
ceñíos al madero de brazos de oración;
modestas flores dulces, de perfumado broche,
poned en cruz mi corazón.
Mi
corazón -abismo que os engendró tardías-
nacisteis de su sangre, del fondo de su horror,
nacisteis poco a poco, para piedades mías,
bajo la piedra del dolor.
Flores
de zarza, flores de espinos y de abrojos,
nacisteis desgarrando mi corazón mortal,
punzantes a mis sienes, punzantes a mis ojos,
brotes de herida sin igual.
Mi
vida os dio la vida: mi vida, fértil vaso
de amor y fe, colmado de lágrimas y hiel:
tardías dulcamaras, nacisteis de un regazo
de amargo acíbar y de miel.
Sobrevividme
¡oh flores!: mi corazón enfermo
os dio su amor, su fibra, su sangre y su latir:
nacisteis cual la zarza de la aridez del yermo,
piedad de intenso revivir.
Creced
sobre la piedra que cubra mi cadáver,
en bella, impenetrable, fecunda floración:
creced cual la amapola, que brota del papáver
opio de paz del corazón.
Tejed,
para mi tumba, muelle tapiz florido,
sobre la hiedra lacia de verdinegro tul:
quizás entre vosotras vaya a tejer su nido,
para cantar la vida, para arrullar mi olvido,
el ave de mis versos, mi ruiseñor azul.
Ecuador: César Borja
Quito, 1852 – 1910